Breve Examen Crítico del Novus
Ordo Missae
A cargo del Cardenal Alfredo Ottaviani
(prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe) y el Cardenal Antonio
Bacci
Prefacio
Carta a Pablo VI, de los Cardenales Ottaviani y Bacci,
Santidad,
Después de haber examinado y hecho examinar el
nuevo Ordo Missae preparado por los expertos de la
Comisión para la aplicación de la Constitución conciliar sobre la Sagrada
Liturgia, y después de haber reflexionado y rezado durante algún tiempo,
sentimos la obligación, ante Dios y ante Vuestra Santidad, de expresar las
siguientes consideraciones:
1.
Como suficientemente prueba el examen crítico
anexo, por muy breve que sea, obra de un grupo selecto de teólogos, liturgistas
y pastores de almas, el nuevo Ordo Missae –si
se consideran los elementos nuevos susceptibles de apreciaciones muy diversas,
que aparecen en él sobreentendidas o implícitas– se
aleja de modo impresionante, tanto en conjunto como en detalle, de la teología
católica de la Santa Misa tal como fue formulada por la 20ª sesión del Concilio
de Trento que, al fijar
definitivamente los «cánones» del rito, levantó una barrera infranqueable
contra toda herejía que pudiera atentar a la integridad del Misterio.
2.
Las razones pastorales atribuidas para justificar
una ruptura tan grave, aunque pudieran tener valor ante las razones
doctrinales, no parecen suficientes. En el nuevo Ordo Missae aparecen tantas novedades y, a su vez,
tantas cosas eternas se ven relegadas a un lugar inferior o distinto –si es que
siguen ocupando alguno–, que podría reforzarse o cambiarse en certeza la duda
que por desgracia se insinúa en muchos ámbitos, según el cual las verdades que
siempre ha creído el pueblo cristiano podrían cambiar o silenciarse sin que
esto suponga infidelidad al depósito sagrado de la doctrina, al cual está
vinculado para siempre la fe católica. Las recientes reformas han demostrado
suficientemente que los nuevos cambios en la liturgia no podrán realizarse sin
desembocar en un completo desconcierto de los fieles, que ya manifiestan que
les resultan insoportables y que disminuyen incontestablemente su fe. En la
mejor parte del clero esto se manifiesta por una crisis de conciencia
torturante, de la que tenemos testimonios innumerables y diarios.
3.
Estamos seguros de que estas consideraciones,
directamente inspiradas en lo que escuchamos por la voz vibrante de los
pastores y del rebaño, deberán encontrar un eco en el corazón paterno de
Vuestra Santidad, siempre tan profundamente preocupado por las necesidades
espirituales de los hijos de la Iglesia. Los súbditos, para cuyo bien se hace
la ley, siempre tienen derecho y, más que derecho, deber –en el caso en el que
la ley se revele nociva– de pedir con filial confianza su abrogación al
legislador. Por ese motivo, suplicamos instantemente a Vuestra Santidad que no
permita –en un momento en que la pureza de la fe y la unidad de la Iglesia
sufren tan crueles laceraciones y peligros cada vez mayores, que encuentran
cada día un eco afligido en las palabras del Padre común–, que no se nos
suprima la posibilidad de seguir recurriendo al íntegro y fecundo Misal romano
de San Pío V, tan alabado por Vuestra Santidad y tan profundamente venerado y
amado por el mundo católico entero.
Cardenal Ottaviani,
prefecto de la Congregación para la doctrina de la Fe.
Cardenal Bacci.
Breve
examen crítico
I
El Sínodo episcopal convocado en Roma, en octubre de 1967, tuvo que pronunciar
un juicio sobre la celebración experimental de una misa denominada «misa
normativa». Esa misa había sido elaborada por la Comisión para la aplicación de
la Constitución conciliar sobre la Sagrada Liturgia.
Esa misa provocó una enorme perplejidad entre los miembros del Sínodo: una viva
oposición (43 non placet), muchas y sustanciales
reservas (62 juxta modum) y 4 abstenciones, de
un total de 187 de votantes.
La prensa internacional informativa habló de un «rechazo» por parte del Sínodo.
La prensa de tendencia innovadora pasó en silencio el acontecimiento. Un
periódico conocido, destinado a los obispos y que expresa su enseñanza, resumió
el nuevo rito en estos términos: «Se pretende hacer tabla rasa de toda la
teología de la Misa. En pocas palabras, se acerca a la teología protestante que
destruyó el sacrificio de la Misa».
En el Ordo Missae promulgado por la Constitución
apostólica Missale Romanum del 3 de abril
de 1969, encontramos, idéntica en su sustancia, la «misa normativa». No parece
que en el intervalo se haya consultado sobre este tema a las Conferencias
episcopales como tales.
La Constitución apostólica Missale Romanum afirma
que el antiguo Misal promulgado por San Pío V (Bula Quo Primum, 14 de julio de 1570) –pero que se remonta
en gran parte a San Gregorio Magno e incluso a una mayor antigüedad1–, ha sido
durante cuatro siglos la norma de la celebración del Sacrificio para los
sacerdotes de rito latino. La Constitución apostólica Missale Romanum añade que en este Misal, difundido
en toda la tierra, «innumerables santos alimentaron su piedad y su amor a
Dios». Y sin embargo, «desde que comenzó a afirmarse y extenderse en el pueblo
cristiano el gusto de favorecer la sagrada liturgia», se habría vuelto
necesaria –según la misma Constitución– la reforma que pretende poner ese Misal
definitivamente fuera de uso.
Esta última afirmación encierra, con toda evidencia, un grave equívoco.
Pues aunque el pueblo cristiano expresó su deseo, lo hizo –principalmente por
impulso de San Pío X– cuando se puso a descubrir los tesoros auténticos e
inmortales de su liturgia. Nunca, absolutamente nunca, el pueblo cristiano
pidió que, para hacerla entender mejor, se cambiara o mutilara la liturgia. Lo
que pide entender mejor es la única e inmutable liturgia, que nunca habría
querido ver que se cambie.
El Misal romano de San Pío V era muy querido para el corazón de los católicos,
sacerdotes y laicos, que lo veneraban religiosamente. No se entiende en qué
este Misal, acompañado por una apropiada iniciación, podría obstaculizar una
mayor participación y un mejor conocimiento de la sagrada liturgia; no se
entiende por qué, al mismo tiempo que se le reconocen tan grandes méritos como
lo hace la Constitución Missale romanum, se juzga que no es capaz de seguir
alimentando la vida litúrgica del pueblo cristiano.
Resulta pues, que el Sínodo episcopal había rechazado esa «misa normativa», y ahora
se recupera sustancialmente y se impone con el nuevo Ordo Missae, sin haber
sido sometido nunca al juicio colegial de las Conferencias episcopales. Nunca
el pueblo cristiano (y especialmente en las misiones) ha querido ninguna
reforma de la Santa Misa. No se alcanzan, pues, a discernir los motivos de la
nueva legislación que acaba con una tradición de la que, la propia Constitución
Missale romanum reconoce que había permanecido sin cambio desde los siglos IV ó
V.
Por consiguiente, al no existir los motivos de tal reforma, la propia reforma
aparece desprovista de fundamento razonable que, justificándola, la volvería
aceptable al pueblo cristiano.
El Concilio había expresado claramente, en el no 50 de su Constitución sobre la
liturgia, el deseo de que las diversas partes de la Misa fueran revisadas «de
modo que se manifieste con mayor claridad el sentido propio de cada una de las
partes y su mutua conexión». No vemos de qué modo el nuevo Ordo Missae responde
a esos deseos, de los que podemos decir que no queda, de hecho, ningún
recuerdo. El examen detallado del nuevo Ordo Missae revela cambios de tal
importancia que justifican el mismo juicio que se hizo sobre la «misa
normativa».
El nuevo Ordo Missae, como la «misa normativa», en muchos puntos se ha redactado
para contentar a los protestantes más modernistas.
II
Empecemos con la DEFINICIÓN DE LA MISA. Se encuentra en el no 7 del
capítulo 2 de la Ordenación general. Este
capítulo se titula «Estructura de la Misa».
Esta es la definición:
«La Cena del Señor, o Misa, es la asamblea 2 sagrada o congregación
del pueblo de Dios, reunido bajo la presidencia del sacerdote para celebrar el
memorial del Señor 3. De ahí que sea eminentemente válida, cuando se habla
de la asamblea local de la Santa Iglesia, aquella promesa de Cristo: ―Donde
están reunidos dos o tres en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. (Mt
18, 20)».
La definición de la Misa se reduce, pues, a una «cena»: y esto aparece
continuamente (en los números 8, 48, 55, 56 de la Ordenación general).
Esta «cena» se describe además como asamblea presidida por el sacerdote;
asamblea reunida para realizar «el memorial del Señor», que recuerda lo que se
hizo el Jueves Santo.
Todo esto no implica ni Presencia real, ni realidad del Sacrificio, ni el
carácter sacramental del sacerdote que consagra, ni el valor intrínseco del
Sacrificio eucarístico independientemente de la presencia de la
asamblea 4. En pocas palabras, esta nueva definición no contiene ninguno
de los elementos dogmáticos esenciales a la Misa y que constituyen su verdadera
definición 5. La omisión de estos elementos dogmáticos en tal lugar sólo
puede ser voluntaria.
Tal omisión voluntaria significa su «superación» y, por lo menos en la
práctica, su negación.
En la segunda parte de la nueva definición se agrava aún más el equívoco, pues
se afirma que la asamblea en la que consiste la Misa realiza «eminentemente» la
promesa de Cristo: «Donde están reunidos dos o tres en mi nombre, allí estoy yo
en medio de ellos». Ahora bien, esta promesa se refiere formalmente a la
presencia espiritual de Cristo en virtud de la gracia.
De este modo, el encadenamiento y la secuencia de las ideas en el no 7 de la
Ordenación general, induce a pensar que esta presencia espiritual de Cristo es
cualitativamente homogénea, salvo en la intensidad, a la presencia sustancial
propia al sacramento de la Eucaristía.
A la nueva definición del no 7 le sigue el no 8, con la división de la Misa en
dos partes:
- liturgia
de la palabra;
- liturgia
eucarística.
Esta división está acompañada por la
afirmación de que en la Misa se dispone:
- la
«mesa de la Palabra de Dios»,
- la
«mesa del Cuerpo de Cristo»,
en la que los fieles «encuentran formación y
refección».
Esto supone una asimilación de las dos partes de la liturgia como si se
trataran de dos signos de idéntico valor simbólico, asimilación que es
absolutamente ilegítima. Volveremos más adelante sobre el tema.
La Ordenación general, que constituye la introducción del nuevo Ordo Missae,
para designar la Misa emplea muchas expresiones que serían relativamente
aceptables, pero todas ellas deben rechazarse si se emplean –como de hecho se
hace– por separado y de modo absoluto pues, de ese modo, cada una adquiere un
alcance absoluto.
Veamos algunas:
- «acción
de Cristo y del pueblo de Dios»;
- «Cena
del Señor»;
- «comida
pascual»;
- «participación
común a la mesa del Señor»;
- «plegaria
eucarística»;
- «liturgia
de la palabra y liturgia eucarística», etc...
Queda manifiesto que los autores del nuevo
Ordo Missae han hecho hincapié, de modo obsesivo, en la cena y en la memoria
que se realiza en ella, y no en la renovación (incruenta) del sacrificio de la
Cruz.
Igualmente hay que decir que la fórmula: «Memorial de la Pasión y de la
Resurrección» no es correcta. La Misa se refiere formalmente sólo al
Sacrificio, que es en sí mismo redentor; la Resurrección es su fruto 6. –
Veremos más delante cómo se renuevan y repiten insistentemente de modo
sistemático los mismos equívocos en la propia fórmula consagratoria y en general
en todo el nuevo Ordo Missae.
III
Tratemos ahora sobre los FINES DE LA MISA: a saber, su fin último, su fin
próximo y su fin inmanente.
1.
Fin último.
El fin último de la Misa consiste en que es un
Sacrificio de alabanza a la Santísima Trinidad –conforme a la intención
primordial de la Encarnación, declarada por el propio Cristo: «Al entrar en
este mundo, dice: ―Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un
cuerpo» (Sal. 40, 7-9; Heb., 10, 5).
El nuevo Ordo Missae hace desaparecer este fin último y esencial:
- en
primer lugar del Ofertorio, en el que ya no figura la oración Suscipe
Sancta Trinitas (o Suscipe Sancte Pater);
- en
segundo lugar, de la conclusión de la Misa, que ya no contiene el Placeat
tibi Sancta Trinitas;
- en
tercer lugar, del Prefacio, pues ahora sólo se rezará una vez al año el
Prefacio de la Santísima Trinidad.
2. Fin próximo.
El fin próximo de la Misa consiste en que es
un sacrificio propiciatorio 7.
También este fin se ve comprometido: mientras que la Misa realiza la remisión
de los pecados, tanto por los vivos como por los difuntos, el nuevo Ordo hace
hincapié sobre el alimento y la santificación de los miembros de los
asistentes.
Cristo instituyó el Sacramento durante la última Cena y entonces se puso en
estado de Víctima para unirnos a su estado de Víctima; este es el motivo por el
que la inmolación precede a la manducación 8 y encierra plenamente el
valor redentor que proviene del Sacrificio cruento. Prueba de ello es que se
pueda asistir a la Misa sin comulgar sacramentalmente 9.
3. Fin inmanente.
El fin inmanente de la Misa consiste en que es
primordialmente un Sacrificio. Ahora bien, es esencial al sacrificio ser de tal
naturaleza que sea agradable a Dios, es decir, aceptado como sacrificio.
En el estado de pecado original, ningún sacrificio podía ser aceptable a Dios.
El único sacrificio que puede y debe ser aceptable es el de Cristo, de modo que
era eminentemente conveniente que el Ofertorio refiriera enseguida el
Sacrificio de la Misa al Sacrificio de Cristo.
Pero el nuevo Ordo Missae altera la ofrenda degradándola. La hace consistir en
una especie de intercambio entre Dios y el hombre: el hombre pone el pan y Dios
lo cambia en pan de vida; y pone el vino y Dios lo convierte en una bebida
espiritual: «Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan (o vino),
fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que ahora te presentamos; él será
para nosotros pan de vida (o bebida de salvación)».
No hace falta subrayar que las expresiones «pan de vida» (panis vitae) y
«bebida espiritual» (potus spiritualis) son absolutamente indeterminadas, ya
que pueden significar cualquier cosa. Volvemos
aquí al mismo equívoco capital que hemos encontrado en la definición de la
Misa, en donde se hace una referencia a la presencia espiritual de Cristo entre
los suyos, y aquí el pan y vino se cambian espiritualmente, sin precisar que
cambian sustancialmente 10.
En la preparación de las oblatas (11), se realiza un juego
parecido de equívocos con la supresión de las dos admirables oraciones:
- Deus qui humanae substantiae...;
- Offerimus tibi, Domine...
La primera de estas dos oraciones declara: «Oh
Dios, que maravillosamente formaste la naturaleza humana y más maravillosamente
la reformaste», lo cual recuerda la antigua condición de la inocencia del
hombre y su condición actual de redimido por medio de la Sangre de Cristo, y es
una recapitulación discreta y rápida de toda la economía (12) del
sacrificio desde Adán hasta el tiempo actual.
La segunda de estas dos oraciones, que es la última del Ofertorio, se expresa
sobre el modo propiciatorio: pide que el cáliz se eleve cum odore suavitatis en
presencia de la divina Majestad, cuya clemencia implora, y subraya
maravillosamente esta misma economía del sacrificio.
Estas dos oraciones han sido suprimidas en el nuevo Ordo Missae.
Suprimir de este modo la referencia permanente a Dios, que expresaba
explícitamente la oración eucarística, es suprimir toda distinción entre el
sacrificio que procede de Dios y el que procede del hombre.
Destruyendo de este modo la clave de bóveda, forzosamente hay que fabricar
andamios para reemplazarla: al suprimir los verdaderos fines de la Misa,
forzosamente hay que inventar otros ficticios. De aquí proceden los nuevos
gestos para subrayar la unión entre el sacerdote y los fieles, y la de los
fieles entre sí; la superposición –destinada a caer en lo grotesco– de las
ofrendas hechas para los pobres y la Iglesia, con la ofrenda de la Hostia
destinada al Sacrificio.
Con esta confusión, se borra la singularidad primordial de la Hostia destinada
al Sacrificio, de modo que la participación a la inmolación de la Víctima se
convierte en una reunión de filántropos o en un banquete de beneficencia.
IV
Consideremos ahora LA ESENCIA DEL SACRIFICIO en
el nuevo Ordo Missae. Ya no se expresa explícitamente el misterio de la Cruz.
Queda disimulado al conjunto de los fieles. Es algo que resulta de múltiples
elementos, de los cuales vamos a ver los principales.
1. El sentido dado a la denominada «plegaria
eucarística».
El número 54 (al final) de la Ordenación
general declara: «El sentido de esta plegaria es que toda la congregación de
los fieles se una con Cristo en la proclamación de las maravillas de Dios y en
la ofrenda del sacrificio».
¿De qué sacrificio se trata?
¿Quién es el que ofrece el sacrificio?
No hay ninguna respuesta a estas preguntas.
El mismo número 54 da, al principio, una definición de la «plegaria
eucarística»: «Ahora es cuando tiene lugar el centro de toda la celebración,
cuando se llega a la Plegaria eucarística, que es una oración de acción de
gracias y santificación».
Aquí se ve que los EFECTOS reemplazan a la CAUSA.
De la causa no se dice ni una sola palabra. La mención explícita del fin último
de la Misa, que se encuentra en el Suscipe (ahora
suprimido) no ha sido reemplazada con nada. El cambio de fórmula revela el cambio
de doctrina.
2. La supresión del papel de la Presencia real
en la economía del Sacrificio.
La razón por la que ya no se menciona
explícitamente el Sacrificio es porque se ha suprimido el papel central de la
Presencia real.
Este papel central está resaltado con toda claridad en la liturgia eucarística
del Misa romano de San Pío V. En cambio en la Ordenación general, la Presencia
real sólo se menciona una vez, en una nota (nota 63 en el número 241), que es
¡la única cita del concilio de Trento! Esta mención se relaciona además con la
Presencia real en cuanto alimento. Pero en ningún otro lugar aparece otra
alusión a la Presencia real y permanente de Cristo con su Cuerpo, Sangre, Alma
y Divinidad en las especies transubtanciadas. La propia palabra transubstanciación
no figura ni una vez.
La supresión de la invocación a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad
(Veni Sanctificator), para que baje sobre las ofrendas como en otro tiempo bajó
al seno de la Virgen para realizar en ella el milagro de la Divina Presencia,
se inscribe en este sistema de negaciones tácitas y de desinterés sistemático
por la Presencia real.
Por último, es imposible no darse cuenta de la abolición o alteración de los
gestos con los que se expresa espontáneamente la fe en la Presencia real. El
nuevo Ordo Missae elimina:
- las
genuflexiones, cuyo número se reduce a tres para el sacerdote celebrante,
y a una sola (aunque con algunas excepciones) para los asistentes, en el
momento de la consagración;
- la
purificación de los dedos del sacerdote encima del cáliz o dentro de él;
- la
preservación de todo contacto profano de los dedos del sacerdote después
de la consagración;
- la
purificación de los vasos sagrados, que puede diferirse y realizarse fuera
del corporal;
- la
palia para proteger el cáliz;
- el
dorado interior de los vasos sagrados;
- la
consagración del altar móvil;
- la
piedra consagrada y las reliquias colocadas dentro del altar cuando es
móvil o se reduce a una simple mesa en los casos en que no se celebra en
un lugar sagrado (esta última cláusula instaura de derecho la posibilidad
de «eucaristías domésticas» en casas particulares);
- los
tres manteles del altar reducidos a uno solo;
- la
acción de gracias de rodillas (reemplazada por una grotesca acción de
gracias del sacerdote y de los fieles sentados, conclusión de la comunión
recibida de pie);
- las
prescripciones sobre el caso en que cayera al suelo una Hostia consagrada,
que en el número 239 se reducen a un «reverenter accipiatur» casi
sarcástico.
Todas estas expresiones no hacen sino acentuar
de modo provocativo el repudio implícito del dogma de la Presencia real.
3. Función asignada al altar principal.
Casi siempre se designa al altar con la
palabra mesa 13: «El altar o la mesa del Señor, que es el centro de toda
la liturgia eucarística» (cf. no 49 y 262). – Se estipula que el altar tiene
que estar separado del muro para poder dar la vuelta a su alrededor y que la
celebración pueda hacerse de cara al pueblo (no 262). Se señala que tiene que
ser el centro de la asamblea de los fieles, para que la atención se dirija
espontáneamente a él (ibid). Pero al comparar el no 262 con el no 276, se
excluye netamente que el Santísimo Sacramento pueda guardarse en el altar
mayor. Esto va a consagrar una irreparable dicotomía entre la Presencia de Sumo
Sacerdote en el sacerdote celebrante y esta misma Presencia realizada
sacramentalmente. Antes, se trataba de una presencia única 14.
A partir de ahora se recomienda conservar el Santísimo Sacramento aparte, en un
lugar favorable para la devoción privada de los fieles, como si se tratara de
una reliquia. De este modo, lo que atraerá inmediatamente la mirada al entrar
en una iglesia, ya no será el Sagrario sino una mesa descubierta y sin nada
encima. De nuevo, eso es suponer la piedad litúrgica a la piedad privada y
levantar altar contra altar.
Se recomienda insistentemente distribuir en la comunión las hostias que se han
consagrado en la misma Misa e incluso consagrar un pan con dimensiones bastante
grandes 15 como para que el sacerdote pueda dividirlo por lo menos
con una parte de los fieles; se trata de la misma actitud de desprecio por el
Sagrario como por toda piedad eucarística fuera de la Misa; se trata igualmente
de un nuevo y violento perjuicio de la fe en la Presencia real, que perdura
mientras permanezcan las Especies consagradas 16.
4. Las fórmulas de la Consagración.
La antigua fórmula de la Consagración es
propiamente sacramental, en forma de intimación y no de narración.
Aquí están las pruebas:
a) No recoge a la letra el texto del relato de
la Escritura. La inserción Paulina: «mysterium fidei» es una confesión de fe
inmediata del sacerdote en el misterio realizado por Cristo en la Iglesia a
través de su sacerdocio jerárquico 17.
b) Puntuación y caracteres tipográficos. En el Misal romano de San Pío V, el
texto litúrgico de las palabras sacramentales de la Consagración está puntuado
y resaltado de un modo propio, pues se separa el hoc est enim por un punto y
seguido de la fórmula que le precede: manducate ex hoc omnes.
Este punto y seguido señala el paso del tono de narración al tono de
intimación, propio de la acción sacramental. En el Misal romano, las palabras
de la Consagración están impresas en caracteres tipográficos mayores y en el
centro de la página; a menudo en distinto color.
Todo esto manifiesta que las palabras consagratorias tienen un valor propio y,
por consiguiente, autónomo.
c) La anamnesis 18 del Canon romano se refiere a Cristo en cuanto
operante y no sólo al recuerdo de Cristo o de la Cena como acontecimiento
histórico: haec quotiescumque feceritis, in mei memoriam
facietis; en griego: eis ten emou anamnesin;
es decir: «hacia mi memoria». Esta expresión no invita simplemente a acordarse
de Cristo o de la Cena, sino que es una invitación a volver a realizar lo que
Él hizo y del mismo modo que Él lo hizo.
A esta fórmula tradicional del Misal romano, el nuevo rito sustituye una
fórmula de San Pablo: Hoc facite in meam
commemorationem que será proclamada diariamente en lenguas
vernáculas. Tendrá por efecto inevitable, sobre todo en esas condiciones, de
trasladar en la mente de los oyentes el énfasis al recuerdo de Cristo. La
«memoria» de Cristo será señalada como el término de la acción eucarística,
siendo que sólo es el principio. «Hacer memoria de Cristo» sólo será un fin
buscado humanamente. En lugar de la acción real, de orden sacramental, se
colocará la idea de «conmemoración»19.
En el nuevo Ordo Missae, se señala explícitamente el modo narrativo (ya no sacramental) en la descripción
orgánica de la «plegaria eucarística», en el número 55, con la fórmula:
«Narración de la institución»; e igualmente, en el mismo lugar, con la
definición de la anamnesis: «La Iglesia realiza el memorial (memoriam agit) del mismo Cristo».
La consecuencia de todo esto es insinuar un cambio de sentido específico en la
Consagración. Según el nuevo Ordo Missae, las palabras de la Consagración se
pronunciarán ahora como una narración histórica y ya no como afirmando un
juicio categórico y de intimación proferido por Aquel en cuya persona obra el
sacerdote: Hoc est Corpus meum y no Hoc est Corpus Christi 20.
Por último, la aclamación por parte de la asistencia inmediatamente después de
la Consagración: «Anunciamos tu muerte, Señor... hasta que vengas», introduce
bajo una apariencia escatológica 21 una ambigüedad suplementaria
sobre la Presencia real, pues se proclama sin solución de continuidad la espera
en la venida de Cristo al final de los tiempos precisamente en el momento en
que acaba de venir sobre el altar, donde ya está sustancialmente presente; como
si la auténtica venida fuera solamente la del final de los tiempos y no sobre
el altar.
Esta ambigüedad queda aún reforzada en la fórmula de aclamación facultativa
propuesta en el Apéndice (n° 2): «Cada vez que comemos este pan y bebemos este
cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vengas». La ambigüedad llega aquí
al paroxismo, entre la inmolación y la maducación por una parte, y entre la
Presencia real y la segunda venida de Cristo por otra 22.
V
Consideremos por último el nuevo Ordo Missae desde el punto de vista de
la REALIZACIÓN DELSACRIFICIO.
Los cuatro elementos que intervienen en esta
realización son, en orden: Cristo, el sacerdote, la Iglesia y los fieles.
1. Lugar que ocupan los fieles en el nuevo
rito.
El nuevo Ordo Missae presenta el papel de los
fieles como autónomo. Esto empieza en la definición inicial del número 7: «La
Misa es la asamblea sagrada o congregación del pueblo de Dios». Esto prosigue
por el sentido que el no 28 atribuye al saludo que el sacerdote da al pueblo:
«El sacerdote, por medio de un saludo, manifiesta a la asamblea reunida la
presencia del Señor. Con este saludo y con la respuesta del pueblo queda de
manifiesto el misterio de la Iglesia congregada». ¿Verdadera presencia de
Cristo? Sí, pero sólo espiritual. ¿Misterio de la Iglesia? Sí, pero sólo como
comunidad que manifiesta o pide esa presencia espiritual.
Volvemos a encontrar continuamente lo mismo. Es el carácter comunitario de la
Misa que se repite constantemente como algo obsesivo (no 74 a 152). Se trata de
la distinción, nunca oída hasta ahora, entre la Misa con pueblo (cum populo) y la Misa sin pueblo (sine populo) (no 77 a 231). Es la definición de la
«oración universal u oración de los fieles» (no 45), en donde se subraya otra
vez «el pueblo, ejercitando su oficio sacerdotal» (populus sui sacerdotii munus
exercens): aquí se presenta el sacerdocio como en ejercicio de modo
autónomo, omitiendo su subordinación al del sacerdote, siendo que el sacerdote,
consagrado como mediador, es en realidad el intérprete de todas las intenciones
del pueblo en el Te igitur y en los dos Memento.
En la «Plegaria eucarística III» (Vere Sanctus, pág. 123 del Ordo Missae), se
llega hasta decir al Señor: «No dejas de congregar a tu pueblo, para que desde
la salida del sol hasta el ocaso sea ofrecida una oblación pura a tu nombre».
Este «para que» (ut) deja pensar que el pueblo, más
que el sacerdote, es el elemento indispensable para la celebración; y como no
se precisa tampoco en este lugar quién es el que
ofrece 23, se presenta al propio pueblo como investido de un poder
sacerdotal autónomo.
En tales condiciones y según este sistema, no sería de extrañar que pronto se
autorice al pueblo a unirse al sacerdote para pronunciar las palabras de la
Consagración, cosa que, por otra parte, ya sucede en varios de lugares.
2. Lugar que ocupa el sacerdote en el nuevo
rito.
Se minimiza, altera y falsea la función del
sacerdote.
- en
primer lugar: con relación al pueblo. El es el «presidente» y el
«hermano», pero ya no el ministro consagrado que celebra in persona Christi.
- en
segundo lugar: con relación a la Iglesia. Es un miembro entre los demás,
un quidam de populo. En el no 55, en la definición de
la epiclesis 24, las invocaciones se atribuyen anónimamente a la
Iglesia: se desvanece la función del sacerdote.
- en
tercer lugar: en el Confiteor, que
ahora es colectivo, el sacerdote ya no es el juez, testigo e intercesor
ante Dios. Por lo tanto es lógico que el sacerdote ya no tenga que dar la
absolución, que de hecho se ha suprimido. El sacerdote queda integrado en
los «hermanos»: así lo llama el acólito que ayuda a Misa en el Confiteor de «la Misa sin pueblo».
- en
cuarto lugar: se ha suprimido la distinción entre la comunión del
sacerdote y la de los fieles. Sin embargo, esta distinción está cargada de
sentido. El sacerdote obra in persona Christi durante
la Misa. Al unirse íntimamente a la víctima de un modo propio al orden sacramental,
expresa la identidad del Sacerdote y de la Víctima, identidad que es
propia del Sacrificio de Cristo y que, manifestada sacramentalmente,
muestra que el Sacrificio de la Cruz y el Sacrificio de la Misa es
sustancialmente el mismo.
- en
quinto lugar: ya no se dice ni una sola palabra del poder del sacerdote como ministro del
Sacrificio, ni del acto consagratorio que le es propio, ni de la
realización de la Presencia eucarística por medio de él. Ya no se expresa
lo que el sacerdote católico tiene de más que un ministro protestante.
- en
sexto lugar: se ha suprimido o vuelto facultativo el uso de muchos
ornamentos: en algunos casos basta el alba y la estola (no 298).
Desaparecen estos ornamentos, que son signos de la conformación del
sacerdote con Cristo. El sacerdote ya no se presenta como revestido de
todas las virtudes de Cristo; ahora sólo será una especie de oficial
eclesiástico, que apenas se distingue de la masa por uno o dos
galones 25. En suma, el sacerdote –según la fórmula involuntariamente
humorística de un predicador moderno–, será «un hombre un poco más hombre
que los demás» 26.
3. Lugar que ocupa la Iglesia en el nuevo
rito.
Es decir, relación de la Iglesia con Cristo.
En un solo caso, en el no 4, se digna admitir que la Misa es un «acto de Cristo
y de la Iglesia»: es el caso de la Misa «sin pueblo».
En cambio, en la Misa «con pueblo», el único fin que se expresa es «hacer
memoria de Cristo» y santificar a los asistentes. El no 60 declara: «El
presbítero que celebra... asocia a sí mismo al pueblo al ofrecer el sacrificio
por Cristo en el Espíritu Santo a Dios Padre». Tendría que haber dicho: «asocia
al pueblo a Cristo, que se ofrece a Sí mismo a Dios Padre».
En este contexto se insertan:
- la
gravísima omisión del per Christum Dominum
nostrum, fórmula que para la Iglesia de todos los tiempos
significa y funda la seguridad de ser escuchado (Juan 14, 13-14; 15, 16;
16, 23-24);
- la
vaga y maníaca escatología, en la que se presenta la comunicación de la
gracia –realidad al mismo tiempo actual y eterna– como fruto de un
progreso que se está por realizar;
- el
pueblo de Dios «en marcha»: la Iglesia ya no es la Iglesia militante que
combate contra las potestades de las tinieblas, sino peregrina hacia un
futuro que no aparece vinculado al eterno –es decir, a lo que está más
allá del actual–, sino únicamente temporal.
En la «Plegaria eucarística IV», se reemplaza
la oración del Canon romano pro omnibus orthodoxis atque catholicae fidei cultoribus con una oración
por «todos los que te buscan con corazón sincero».
Igualmente, el Memento de difuntos ya no menciona a los que han muerto cum signo fidei et dormiunt in somno pacis (marcados
con el signo de la fe y que duermen el sueño de la paz), sino simplemente «a
los que han muerto en la paz de tu Cristo», a los que se añade el conjunto de
difuntos «cuya fe Tú sólo conoces», cosa que supone un nuevo golpe contra la
unidad de la Iglesia considerada en su manifestación visible.
No figura en ninguna de las tres nuevas
«plegarias eucarísticas» la menor alusión al estado de sufrimiento de los
difuntos; no hay lugar en ninguna de ellas para una intención particular hacia
ellos. Esto contribuye también a embotar la fe en la naturaleza propiciatoria y
redentora del Sacrificio 27.
De modo general, diversas omisiones rebajan el misterio de la Iglesia al
desacralizarlo. Ante todo, se ignora este misterio en su aspecto de jerarquía
sagrada. Los Ángeles y Santos quedan reducidos al anonimato en la segunda parte
del Confiteor colectivo; han desaparecido de la
primera parte 28 como testigos y jueces en la persona de San Miguel
Arcángel. También desaparecen las distintas jerarquías angélicas –hecho sin
precedentes– en el prefacio de la nueva «Plegaria eucarística II»; también han
desaparecido en el Communicantes la
conmemoración de los Santos, Pontífices y Mártires, sobre los que fue fundada
la Iglesia de Roma y que, sin ninguna duda, transmitieron las tradiciones
apostólicas y fijaron lo que vino a ser con San Gregorio la Misa romana.
También se ha suprimido en el Libera nos, la mención de la Santísima Virgen, de
los Apóstoles y de todos los santos: ya no se pide su intercesión, ni siquiera
en momento de peligro.
Por último, la unidad de la Iglesia queda comprometida con lo siguiente: la
audacia ha llegado hasta el punto de la intolerable omisión en todo el nuevo
Ordo Missae –incluidas las tres nuevas «plegarias eucarísticas»– de los nombres
de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, fundadores de la Iglesia de Roma, y de
los nombres de los demás Apóstoles, fundamento y signo de la unidad y de la
universalidad de la Iglesia. Sus nombres ya sólo figuran en el Communicantes del Canon romano.
El nuevo Ordo Missae atenta también contra el dogma de la comunión de los
santos al suprimir todos los saludos y la bendición final cuando el sacerdote celebra
sin ayudante; y al suprimir el Ite Missa est en
la misa con ayudante y sin pueblo 29.
El doble Confiteor al principio de la Misa muestra de qué
manera el sacerdote –revestido con los ornamentos que lo designan como ministro
de Cristo e inclinándose profundamente– se reconoce indigno de tan alta misión,
indigno del tremendum mysterium que se
dispone a celebrar. Luego, reconociendo (en el Aufer a
nobis) que no tiene ningún derecho para entrar en el Santo de los
Santos, se encomienda (en el Oramus te Domine)
a la intercesión y a los méritos de los mártires cuyas reliquias están en
altar. Pues bien, ¡se han suprimido ambas oraciones y el doble Confiteor!
Se han profanado también las condiciones que convienen para celebrar el
Sacrificio en cuanto realización de una acción sagrada; de tal modo que cuando
la celebración tiene lugar fuera de la Iglesia, se puede reemplazar el altar
con una simple mesa sin ara consagrada ni reliquias (no 260 a 265).
La desacralización llega a su mayor punto con las nuevas y a veces grotescas
modalidades de la ofrenda. Se insiste en el pan ordinario en vez del pan ázimo.
A los ayudantes de misa y a los seglares se les concede la facultad de tocar
los vasos sagrados durante la comunión bajo las dos especies (no 244). Se irá creando
en la Iglesia una increíble atmósfera, pues se irán alternando sucesivamente el
sacerdote, el diácono, el subdiácono, el salmista, el comentador (el propio
sacerdote, por otra parte, se ha convertido en comentador, pues se lo invita a
«explicar» continuamente lo que está haciendo), los lectores hombres y mujeres,
los clérigos o los seglares que reciben a los fieles a la puerta de la iglesia
y los acompañan a su lugar, pasan la colecta, llevan y seleccionan las
ofrendas, etc. En medio de tal agitación para volver supuestamente a la
Escritura, encontramos en el no 70 –opuesto formalmente tanto al Antiguo
Testamento como a San Pablo– la presencia de la mulier
idonea, la mujer apropiada (no 66), autorizada por primera vez en la
tradición de la Iglesia para leer las lecturas de la Sagrada Escritura y
realizar otros «ministerios que se ejecutan fuera del presbiterio». Finalmente,
la manía de la concelebración, que acabará destruyendo la piedad eucarística
del sacerdote y difuminando la figura central de Cristo, único Sacerdote y
Víctima, y disolviéndola en la presencia colectiva de los concelebrantes.
VI
Hasta aquí nos hemos limitado a un breve
examen del nuevo Ordo Missae y de las desviaciones más graves con relación a la
teología de la Misa católica. Las observaciones hechas tienen sobre todo un
carácter típico. Haría falta un trabajo más amplio para establecer una
evaluación completa de los obstáculos, peligros y elementos destructores, tanto
espiritual como psicológicamente, que contiene el nuevo rito.
Los nuevos Cánones –denominados «plegarias eucarísticas»– ya han sido
criticados varias veces y autorizadamente. No volveremos sobre el tema.
Observemos que la segunda «plegaria eucarística» 30 ha escandalizado
inmediatamente a los fieles por su brevedad. Se ha señalado entre otras cosas
que esta «Plegaria eucarística II» puede ser empleada con toda tranquilidad de
conciencia por un sacerdote que ya no crea en la transubstanciación ni en el
carácter sacrificial de la Misa; esta plegaria eucarística puede muy bien
servir para la celebración de un ministro protestante.
El nuevo Ordo Missae ha sido presentado en Roma como un «abundante material
pastoral», como «un texto más pastoral que jurídico», al que las Conferencias
episcopales podrían aportar, según las circunstancias, modificaciones conforme
al carácter respectivo de los diferentes pueblos. Por otra parte, la primera
sección de la nueva «Congregación para el culto divino» estará a cargo de la
«edición y continua revisión de los
libros litúrgicos».
A esto alude el boletín oficial de los Institutos litúrgicos de Alemania, Suiza
y Austria 31 cuando escribe: «Ya desde ahora los textos latinos
tendrán que traducirse a las lenguas de los diferentes pueblos; habrá que
adaptar el estilo ―romano a la individualidad de cada iglesia local. Lo que se
ha concebido de modo intemporal tendrá que trasladarse al contexto mudable de
las situaciones concretas, en el flujo constante de la Iglesia universal y de
sus innumerables asambleas».
La propia Constitución Missale romanum –en
oposición a la voluntad expresa de Vaticano II– da el golpe de gracia al latín
como lengua universal cuando afirma: «no obstante la gran variedad de lenguas, una e idéntica (?)
oración... subirá». La muerte del latín será, pues, como un hecho consumado. De
ella se derivará inevitablemente la del gregoriano: el gregoriano al que, sin
embargo, Vaticano II ha reconocido como «el canto propio de la liturgia romana»
y al que ha concedido «el primer lugar» (Sacrosanctum Concilium,
no 116). El hecho de poder elegir libremente, entre otras cosas, los textos del
Introito y del Gradual, acabará eliminando el canto gregoriano.
El nuevo rito se presenta como pluralista y experimental y como vinculado al
tiempo y al lugar.
Quedando de este modo definitivamente rota la unidad del culto, ya no vemos en
que podrá consistir en adelante la unidad de fe que está vinculada íntimamente
con él, de la cual sin embargo se sigue diciendo que es su sustancia lo que se
debe mantener sin hacer compromiso alguno.
Es evidente que el nuevo Ordo Missae renuncia de hecho a ser la expresión de la
doctrina que definió el Concilio de Trento como de fe divina y católica, aunque
la conciencia católica permanece vinculada para siempre a esta doctrina.
Resulta de ello que la promulgación del nuevo Ordo Missae pone a cada católico
ante la trágica necesidad de escoger.
VII
La Constitución «Missale romanum» habla
explícitamente de una riqueza de doctrina y de piedad que el nuevo Ordo Missae
tomaría prestada a las iglesias de Oriente.
Este supuesto préstamo tendría como resultado efectivo alejar a los fieles del
rito oriental, pues la inspiración del rito oriental no es sólo ajena sino
totalmente opuesta al espíritu de nuevo Ordo Missae, pues, ¿a qué se reducen
esos préstamos que se declaran inspirados por el ecumenismo?
En sustancia, a la multiplicación de las ánforas 32, aunque no a su orden
ni belleza; a la presencia del diácono; y a la comunión bajo las dos especies.
Pero parece que se ha pretendido eliminar todo lo que en la liturgia romana está
más cerca de la liturgia oriental 33 y que, renunciando al
incomparable e inmemorial carácter romano de la liturgia, se ha querido
renunciar a lo que le era espiritualmente más propio y precioso. Se ha
sustituido la romanidad por elementos que acercan el nuevo Ordo Missae a
ciertos ritos protestantes, y no precisamente a los que estaban más cerca del
catolicismo; estos elementos degradan la liturgia romana y alejaran cada vez
más al Oriente, como ya se ha visto con las reformas litúrgicas que han precedido
inmediatamente al nuevo Ordo Missae.
En cambio, el nuevo Ordo Missae gozará del favor de los grupos cercanos a la
apostasía que, atacando en la Iglesia la unidad de la doctrina, de la liturgia,
de la moral y de la disciplina, provocan en ella una crisis espiritual sin
precedentes.
VIII
San Pío V había concebido la edición del Misal romano como un instrumento de
unidad católica, tal como recuerda la propia Constitución Missale romanum. En conformidad con las prescripciones
del concilio de Trento, el Misal romano de San Pío V debía impedir que se
pudiera introducir en el culto divino ninguno de los sutiles errores con que la
Reforma protestante amenazaba a la fe.
Los motivos de San Pio V eran tan graves que nunca antes en ningún otro caso
parecía haber estado más justificada la fórmula ritual y en la ocurrencia casi
profética con que concluye la Bula de promulgación del Misal romano (Quo primum, 14 de julio de 1570): «Pero, si alguien
presumiera intentarlo, sepa que incurrirá en la indignación de Dios Todopoderoso
y sus Santos Apóstoles Pedro y Pablo».
Al presentar oficialmente el nuevo Ordo Missae en la sala de prensa del
Vaticano, se ha llegado al atrevimiento de afirmar que las razones alegadas por
el concilio de Trento ya no valen ahora.
No solamente subsisten sino que no dudamos en afirmar que hoy hay otras
infinitamente más graves. La Iglesia elaboró alrededor del depósito revelado
las defensas inspiradas de sus definiciones dogmáticas y de sus decisiones
doctrinales precisamente para enfrentar a las insidiosas desviaciones que de
siglo en siglo amenazaron la pureza de este depósito 34. Esas definiciones
y decisiones tuvieron repercusiones inmediatas en el culto, que se volvió
progresivamente en el monumento más completo de la fe de la Iglesia 35.
Pretender a todo precio volver a poner en vigor el culto antiguo
repitiendo in vitro lo que al origen tuvo
la gracia de la espontaneidad en el momento de brotar, es caer en aquel insensato arqueologismo condenado por Pío
XII 36, pues equivale –como por desgracia se ha visto– a despojar a la
liturgia de todas las bellezas acumuladas piadosamente a lo largo de los
siglos, y de todas las defensas teológicas necesarias ahora más que nunca, en
un momento crítico; tal vez el más crítico de la historia de la Iglesia.
Hoy, ya no es en el exterior, sino en el propio interior de la catolicidad
donde se reconoce oficialmente la existencia de divisiones y de cismas 37.
La unidad de la Iglesia ya no sólo está amenazada sino que está trágicamente
comprometida 38. Los errores contra la fe ya no sólo se insinúan sino que
se imponen por medio de las aberraciones y de los abusos que se introducen en
la liturgia 39.
El abandono de una tradición litúrgica que ha sido durante cuatro siglos el
signo y la prenda de la unidad del culto, su reemplazo por otra liturgia que no
podrá ser sino causa de división por las incontables licencias que autoriza
implícitamente, por las insinuaciones que favorece y por sus manifiestas
agresiones a la pureza de la fe, parece que es, para hablar con términos
moderados, un incalculable error.
Corpus Christi 1969.
Fuente.-
https://fsspx.mx/es/breve-examen-cr%C3%ADtico-del-novus-ordo-missae